Economista, Mg en Politica Económica, Esp. en Administración Hospitalaria y Economía de la Salud. Directora de la Diplomatura en Gestión de Servicios de Salud – INAP- Ex Directora Administrativa del Hospital Pedro Fiorito.

Directora Adjunta del Hospital Pedro de Elizalde. Consejera Titular del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de CABA. Tesorera Grupo Pais. Docente de Grado y Posgrado en FCE UBA, FCE UNLZ, UB, UCES

Diplomatura de Seguridad del Paciente y Atención Centrada en la Persona de la Universidad ISALUD.

23-08-2021

La pobreza en la niñez, sus efectos en la salud y la economía

Jaquelin Rocovich - Columna para el Grupo PAIS

La pobreza en la niñez tiene efectos que pueden verse en el largo plazo. La desnutrición, la enfermedad y las pautas de crianza inadecuadas durante los primeros años de vida afectan no sólo el crecimiento físico (peso, talle, perímetro cefálico), sino también el desarrollo de las capacidades cognitivas (motricidad fina y gruesa, lenguaje y socialización), por lo cual esto condiciona a futuro la capacidad de obtener ingresos en la adultez y repercute en el Desarrollo del País en general.

Por eso es tan importante trabajar en los programas de apoyo a la crianza de padres y cuidadores y los centros de desarrollo de la niñez.

A tal fin expondré brevemente algunos datos relevantes para este análisis y una propuesta de solución a esta problemática.

Datos de pobreza en Argentina

La pobreza afecta directamente la forma de acceso a la salud que tienen los niños. En este sentido, el último informe de prensa del INDEC sobre la encuesta permanente de Hogares, correspondiente al 2do semestre del 2020, el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza (LP) alcanzó el 31,6%; y en estos residen el 42,0% de los habitantes del país.

Estos indicadores demuestran que la condición socioeconómica es una problemática para abordar de manera sistémica. Más aún cuando en el país, ya más de la mitad (57,7%) de los niños de entre 0 a 14 años son pobres.

Las mayores incidencias de la pobreza en personas se observaron en las regiones Gran Buenos Aires (GBA) y Noreste (NEA); y las menores, en las regiones Pampeana y Patagonia.

La medición de la pobreza con el método de la línea de pobreza (LP) consiste en establecer, a partir de los ingresos de los hogares, si estos tienen capacidad de satisfacer –por medio de la compra de bienes y servicios– un conjunto de necesidades alimentarias y no alimentarias consideradas esenciales.

Para calcular la línea de pobreza es necesario contar con el valor de la CBA (canasta básica alimentaria) y ampliarlo con la inclusión de bienes y servicios no alimentarios (vestimenta, transporte, educación, salud, etc.), con el fin de obtener el valor de la Canasta Básica Total (CBT).

En este mismo sentido, en el último informe publicado por el Indec sobre cobertura de Salud, sólo 21 millones de habitantes, es decir menos de la mitad de la población, tenía cobertura de Obra Social.

Además nuestro país sigue concentrando en la niñez los indicadores más altos de pobreza, un fenómeno que se conoce como infantilización de la pobreza.

Diagnóstico de enfermedades detectadas en la niñez como consecuencia de la pobreza

Una de las consecuencias de la pobreza infantil es el cambio en el hábito de la alimentación, que redunda en malnutrición con efectos sobre el aumento de la obesidad infantil, que se convierte en crónica y que

lleva a la aparición hipertensión, aumento del colesterol, falta de hierro, baja talla, problemas cardíacos, diabetes, entre otros.

Otras consecuencias de la pobreza son que las poblaciones no dispongan de agua potable apta para el consumo humano ni de estrategias de saneamiento ambiental adecuado; que los medicamentos curativos y otros tratamientos adecuados resulten inaccesibles al alcance de los pobres y que las madres mueran durante el embarazo, el parto o el puerperio, como así también los niños menores de 5 años, lo cual está altamente correlacionadas a la pobreza.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) los determinantes sociales son las condiciones sociales en las cuales las personas viven y trabajan y estas condiciones reflejan las diferencias existentes entre su posición social, de poder, prestigio, recursos y la estratificación social existente.

Los principales determinantes sociales que podemos mencionar son la educación, el nivel de ingresos, el trabajo, la vivienda, el acceso a la atención sanitaria, la alimentación, el saneamiento, el desarrollo temprano, y el género, entre otros.

La contribución del sistema de salud representa sólo una parte de los aspectos necesarios para alcanzar la salud y el bienestar. Por lo cual, incrementar los recursos sanitarios (hospitales, ambulancias, farmacias) o de profesionales (médicos, enfermeros, etc) no implica necesariamente que la población esté más saludable o mejore su calidad de vida.

Es importante abordar la problemática de manera interdisciplinaria, a fin de paliar lo que la OMS clasifica como la más cruel de las dolencias, la pobreza.

Según Unicef, la pobreza es una expresión multidimensional, los niños o niñas que viven en estas condiciones sufren privación de recursos materiales, espirituales y emocionales necesarios para sobrevivir, desarrollarse y prosperar, lo que les impide disfrutar de sus derechos, alcanzar su pleno potencial o participar como miembros plenos y en pie de igualdad en la sociedad.

Los primeros años de vida constituyen un período decisivo en la vida de las personas, es durante este tiempo que los niños y niñas se constituyen como sujetos, configuran sus vínculos con otros, sus trayectorias escolares, sus gustos, sus temores, sus posibilidades e intereses, sus valores, su confianza y autoestima.

El desarrollo del lenguaje y las funciones intelectuales básicas, así como también las habilidades emocionales y sociales durante la primera infancia facilitan la integración, la igualdad de oportunidades y el progreso social en su conjunto.

Pensar el concepto de salud

Debemos considerar el concepto de salud no solamente como la forma de evitar la muerte o la enfermedad. Es tan importante asegurar una buena calidad de vida a la mayoría de niños y niñas, como el hecho de prevenir la muerte.

El desarrollo infantil temprano asegura la igualdad de condiciones para todos los niños y niñas y es un modo de reducir el impacto negativo de la pobreza sobre la salud presente y futura de la población.

No existe una única política pública o estrategia que pueda lograr la reducción de la pobreza y de las inequidades existentes y contribuir a reducir las diferencias en materia de salud, educación y desarrollo.

En los últimos 15 años en Argentina, se ha reducido la mortalidad infantil, cuya tasas e redujo casi un 50%, es decir, 990 niños de cada 1000 que nacen sobreviven, aunque con importantes diferenciales entre las jurisdicciones. Por tanto, es relevante asegurar las mejores condiciones de vida para esos niños y niñas.

Se requieren estrategias integrales, a través de políticas y programas que atiendan la distribución de recursos en la sociedad y mejoren las condiciones estructurales que afectan a la población.

La educación por sí sola es también insuficiente, en la medida que otros determinantes sociales de la salud y condiciones de vida no sean abordados.

Y a todas estas problemáticas, hay que sumarle la pandemia por Covid-19, donde se han acentuado las diferencias de acceso a la educación en función del nivel socio económico que presenta un chico para incorporar aprendizajes de manera virtual.

Incluso, pensándolo en términos económicos, no proteger la infancia es uno de los errores más costosos que puede cometer una sociedad. La pobreza infantil ocasiona un menor grado de cualificación y productividad, niveles más bajos de salud y educación, más probabilidades de desempleo y menor cohesión social.

Entre otras consecuencias sociales y económicas, la mortalidad infantil está estrechamente vinculada también a la pobreza. Según UNICEF, 22.000 niños mueren cada día debido a la pobreza, la mayoría por trastornos y enfermedades evitables.

La pobreza infantil destruye el potencial de una nación. Según un artículo publicado en The Lancet, se calcula que la pobreza y los factores sociales de salud y nutrición conexos impiden que al menos 200 millones de niños de los países en desarrollo alcancen su potencial de desarrollo, lo cual tiene implicaciones a largo plazo para las economías y las sociedades.

Los costos económicos de la pobreza infantil son altos. Aunque no existen estudios sobre esta materia en todas las regiones, una estimación de los costos económicos de la pobreza infantil en los Estados Unidos concluye que los costos por pérdida de productividad y costos adicionales relacionados con la salud y la delincuencia derivados de la pobreza infantil ascienden a unos 500 mil millones de dólares de los Estados Unidos anuales, cifra equivalente al 3,8% del producto interno bruto (PIB).

En otra estimación realizada en el Reino Unido, se calcula que el costo anual de la pobreza infantil en el país es de 25 mil millones de libras esterlinas al año, lo cual representa el 2% del PIB.

Estrategias complementarias

En este sentido, el Sistema de Salud debería replantearse como hacer accesible la salud a los niños. Existen hoy barreras de accesibilidad geográfica, cultural y las que impone el propio sistema debido a las diferentes cobertura que contribuyen a que grupos vulnerables retrasen el contacto con el sistema de salud , sumado al acceso insuficiente a alimentos nutritivos y micronutrientes esencial.

El diseño del sistema de salud, dada su fragmentación, genera que no exista un fondo único que permita asegurar un paquete homogéneo de servicios a toda la población .

La fragmentación aumenta la cantidad de participantes lo cual dificulta la coordinación para implementar las políticas sanitarias y facilita la generación de brechas de calidad en la atención que reciben los miembros de distintos grupos sociales o los residentes en distintas provincias, donde las de mayores recursos brindan mejor calidad de prestaciones, generando diferencias territoriales.

Otra dificultad de la fragmentación es la duplicación de funciones con su consecuente desperdicio de recursos.

Es necesaria entonces una política integral para la primera infancia, que implique abordar al menos tres dimensiones centrales: salud y nutrición, transferencias y licencias, y desarrollo infantil temprano (educación inicial y servicios de cuidado).

En este sentido, es indispensable para nuestro país darle prioridad a estas política públicas ya que las investigaciones económicas muestran que las inversiones en primera infancia tienen tasas elevadas de retorno, en términos de la rentabilidad futura de la sociedad en su conjunto, de hasta U$$ 17 por cada U$$ 1 invertido, según estimaciones de Heckman (UNICEF, 2010 y Alegre, 2013).

Los casos exitosos en otros países latinoamericanos demuestran que hay que combinar políticas universales con políticas específicas o focalizadas para determinados sectores, con prestaciones diferenciadas para las familias más vulnerables.

Por último, hay que considerar que para llevar adelante estas políticas es necesaria una apropiada institucionalidad que permita el desarrollo sostenido en el largo plazo de las mismas a fin de disminuir la infantilización de la pobreza.

No solamente es necesario la existencia de normativa que garantice los derechos, sino también limitar la brecha que existe entre las normas que garantizan derechos y su efectivo cumplimiento.

Jaquelin Rocovich

Bibliografía Consultada

https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/eph_pobreza_02_2082FA92E916.pdf

https://www.indec.gob.ar/indec/web/Nivel4-Tema-4-32-94

https://www.unicef.org/media/65171/file/Child-Poverty-SDG-Guide-ES.pdf

Grantham-McGregor, S. et al. (2007). “Developmental Potential in the First 5 Years for Children in Developing Countries”. The Lancet 369.9555, págs. 60 a 70.

http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC2270351/

http://home.uchicago.edu/ludwigj/papers/ HolzerEtAlChildhoodPoverty.pdf

http://www. jrf.org.uk/sites/files/jrf/2313.pdf

https://www.vocesenelfenix.com/sites/default/files/pdf/10_10.pdf

https://www.cippec.org/wp-content/uploads/2017/03/1139.pdf