Profesor de “Políticas Sociales” en la Maestría en Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés (UdeSA).
Investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) 1989-2015 y profesor titular de Sociología Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (UBA) 1986-2016.
Se desempeñó como Director Nacional de Análisis de Largo Plazo de la Secretaría de Planificación de la Presidencia de la Nación, 1985 y como Secretario de Tercera Edad y Acción Social en el Ministerio de Desarrollo Social y Medio Ambiente de la Nación 2000-2001.
Es licenciado en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional de Cuyo, magister en Ciencia Política de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO, Chile) 1972 y doctor en Ciencia Política por la Universidad de Pittsburgh, 1979.
Ingreso social: ¿con o sin trabajo?
Las enormes dificultades del mercado de trabajo para generar oportunidades laborales agravadas por la pandemia que nos azota coloca en la agenda la implementación de programas de ingreso social dirigido a sectores vulnerables. Este fue el caso del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) durante el 2020 y vuelve a plantearse con el rebrote de contagios en este 2021 aunque en un contexto de mayor debilidad fiscal. Sobre cuales deben ser las características de este ingreso social, existen dos miradas predominantes y contrapuestas.
Una mirada sostiene que la sociedad actual es esquizofrénica ya que demanda que la población acceda a un trabajo para vivir pero no genera las oportunidades de empleo necesarias. En consecuencia es imprescindible la creación de un “Ingreso Universal, Incondicional y Suficiente” Universal: a toda la población. Incondicional: ninguna labor a cambio y Suficiente: cubra todas las necesidades básicas
La otra mirada, acusa a la anterior de “asalariar la exclusión” ya que afirma que esta no solo es un problema de falta de ingresos sino tambien de un lugar en la sociedad que proporciona el trabajo. Por lo tanto el ingreso otorgado debe tener un trabajo como contrapartida
Ambas posturas tienen bases donde apoyarse: Así, es claro que el crecimiento económico no tiene ya el impacto sobre la creación de puestos de trabajo que tenía en el pasado y por lo tanto son necesarias las transferencias monetarias generalizadas hasta que el capitalismo y las politicas gubernamentales prueben que son capaces de generar los trabajos necesarios para evitar la exclusión.
Por el otro lado, quienes sostienen la importancia del trabajo como factor de inclusión social, argumentan que la autoestima, elemento esencial para una vida digna, se erosiona ante la ausencia de una actividad laboral porque esta es la forma predominante de adquirir reconocimiento frente a los otros. Afirman también que la ausencia de trabajo en forma prolongada es mucho mas que ausencia de ingresos para vivir, es simplemente pertenencia o no a la sociedad, y la falta de “afiliación social” es causa de males como la depresión, el conflicto familiar, las adicciones y hasta el suicidio.
Así quedamos entrampados entre la dificilmente financiable primera propuesta y la desafiliación social que implicaría la dificultad de generar trabajo que constituye el costado debil de la segunda propuesta¿Podemos salir de esta trampa?
Desde hace dos decadas he sostenido que es posible encontrar una solucion cortando camino entre estas dos posiciones* O sea, combinando ingresos generalizados e incondicionales como sugiere la primera visión con otros condicionados al cumplimento de ciertas labores como sugiere la segunda mirada.
¿A quienes otorgar ingresos incondicionales? En primer lugar y en forma universal, a todas las personas mayores porque ellas ya dieron su aporte a la sociedad y además, a todos los niños dado que lo harán en un futuro. En esto, el país tuvo un gran avance. Las pensiones para mayores y las asignaciones familiares estan muy cerca de ser verdaderamente universales.
Los ingresos condicionales (que requieren una labor) deberían estar orientados exclusivamente hacia los desocupados. Aquí la tarea a realizar es enorme ya que hoy solo un muy pequeño porcentaje de los desocupados tienen acceso a dichos programas, en general escogidos en forma clientelar y con actividades de nula o baja productividad. Como se dice en México: los beneficiarios hacen como que trabajan y el Estado hace como que les paga.
Hay sin embargo una importante distinción entre ambos tipos de ingresos. Aquellos para niños y personas mayores solo exigen registrar a los beneficiarios y realizar una transferencia monetaria regularmente Los segundos, en cambio requieren la organización de actividades productivas o socialmente relevantes (como la educación), desafío de por sí complejo que exige creatividad y capacidad de gestion de gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil para poder concebirlas e implementarlas.
Avanzar por este camino implicaría un enorme avance en la redefinición de la política social argentina ya que los desocupados obtendrían un ingreso a cambio de una labor productiva o social comprobada. Por otro lado es importante señalar que estos recursos se agregan, ya que en el hogar se sumaría al ingreso del jefe desocupado, el salario familiar correspondiente a sus hijos y aun la pensión de los mayores ya que estos, pertenecientes a los sectores mas pobres, viven con sus familias en mayor medida que los de mayor poder adquisitivo que pueden vivir solos o en instituciones geriatricas.
Sería muy bueno un programa que dé trabajo socialmente relevante a los desocupados y que no sea un mero clientelista reparto de dinero que termine asalariando la exclusion.
Aldo Isuani, 2021
* Ver http://aldoisuani.com/wp-content/uploads/publicacionesacademicas/bienestar-consumo-y-capitalismo.pdf